domingo, 5 de septiembre de 2010

Progreso: una playa para mí solo

Escaparse de Mérida para encontrar nuevas experiencias es fácil. El miércoles por la mañana eché mi traje de baño en la mochila, tomé un colectivo por 15 pesos y me fui a Progreso, el puerto más importante de Yucatán, a sólo 30 minutos de la capital.


Aunque había bastante actividad entre las calles y los negocios, la playa estaba sola. De no ser por las gaviotas y el leve movimiento de las olas, el paisaje podría confundirse con una fotografía fija. Como me ha sucedido en otros viajes, tengo la suerte (quizá mala para muchos, pero buena para mi gusto) de llegar a estos lugares en temporada baja y en días con poca actividad turística.


Resignado a quemarme por no llevar protector solar, me senté en la arena y me puse mi traje de baño. El mar entero era sólo para mí. Los primeros pasos dentro del mar fueron raros porque la arena mojada se siente más como un lodo pantanoso, pero luego tomé confianza y nadé un rato.


Después de refrescarme, regresé a la estación de autobuses para tomar una combi a Uaymitún, otro puerto cercano donde se pueden ver flamencos en su hábitat natural. En mi camino a dicho lugar, compartí transporte público con gente de la zona. Pude darme cuenta de como todos se conocían, estudiantes, abuelitas, choferes, todos se saludaban rutinariamente. Yo era el único extraño que iba con cámara y traje de baño.


Adivinando mi evidente destino, el chofer me preguntó -¿viene a ver flamingos? - y sin esperar mi respuesta apuntó con la mano hacia una lago que quedaba al borde de la carretera – ahí están, ahí se ven – prosiguió mientras bajaba un poco la velocidad. Yo no alcancé a ver nada, pero luego el conductor se detuvo en el mirador para que me bajara. El mirador estaba solo y los flamencos estaban lejos. Sólo pude ver un montón de puntos rosas y ya.


Esa fue mi experiencia en Uaymitún, un poco desafortunada.

Para regresar tuve que esperar a que pasara la combi de vuelta. Hacía calor, pasaba el tiempo y el transporte no pasaba. Pero y no tenía prisa ni preocupación por llegar a ningún lado. Estaba solo y libre en una península muy lejana al lugar donde vivo, sin nada a qué temer.


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